Por malsana curiosidad social me entretengo viendo álbumes fotográficos personales en Facebook. El catálogo más exitoso del verano es, una vez más, el de Felicidad en Grupo. En la playa, en el campo, en una terraza, a los pies de la Torre Eiffel o tumbados en el parque del Retiro, las imágenes más ofertadas son las de los usuarios rodeados de gente, exhibiendo su felicidad ante el ancho mundo. Nada que objetar, aunque a mí me daría cierto pudor: creo que la felicidad, como la colada, no debe tenderse a la vista de todos.
He visto fotografías de bodas de novios que no conozco… Sorprende que con frecuencia se generen alertas sobre supuestos fallos de intimidad en Facebook cuando es el propio usuario quien exhibe sus fotos personales a la vista de todos, explicando dónde, cuándo y con quién se encuentra en cada momento. Es incongruente exigirle a Mark Zuckerberg privacidad para actividades que nosotros mismos nos obstinamos en hacer públicas.
Queremos convertirnos en medios de comunicación donde la noticia seamos nosotros mismos, algo que puede salir muy caro. Los especialistas, sin ir más lejos, nos alertan en contra del exceso de información personal que damos en las redes sociales. No creo que exageren cuando afirman que secuestros, chantajes, robos bancarios y separaciones sentimentales son ahora más fáciles que nunca.
Las redes sociales son un arma de doble filo. Por un lado nos permiten compartir con la tía Conchi las fotos del nene tomando el biberón, y por otro nos ayudan ganar visibilidad para alcanzar nuestros objetivos profesionales. El asunto se complica cuando olvidamos que la información es poder, y que dejar ese poder al alcance de cualquiera es una imprudencia.
El oficio del detective privado puede desaparecer: nosotros mismos nos encargamos de poner a disposición de cualquier extraño lo que antes era sabido solo por la familia y los íntimos amigos.
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 6 de julio de 2016).
LEER OTROS TEXTAMENTOS
Libros de Francisco Rodríguez Criado
