Un español residente en Londres tuvo la valentía de enfrentarse el pasado sábado a uno de los terroristas del Puente de Londres mientras este apuñalaba a una pobre mujer. Mientras escribo estas líneas (martes por la mañana), Ignacio, pues ese es su nombre, sigue desaparecido. Lo han buscado en hospitales y se cree, en el mejor de los casos, que pueda estar herido y sedado. El hecho de que no llevara documentación cuando ocurrió la masacre y el hermetismo de la Policía británica tampoco ayudan mucho.
En el colegio hay un tipo de niño que llama la atención por su inmadurez y extravagancia. Son chicos marginales que tienen por costumbre obrar en contra de su propio interés. Son pocos, y eso favorece que estén fichados por sus compañeros. Estoy hablando de los tontos.
Hay tontos en todas partes, y si cito a los del colegio es porque a esa edad temprana las actitudes más insostenibles se quedan perennes en la retina. Pero sería injusto hablar de tontos y no citar a los muchos que abundan en política. Uno de ellos es el líder laborista Jeremy Corbyn. Este ejemplar ha dicho tras el brutal atentado de Manchester que la culpa la tiene el Gobierno, por sus recortes a la policía y por combatir al Daesh en su territorio. Corbyn prefiere señalar como responsables de un asesinato a sus compañeros de profesión en vez de acusar al asesino que puso la bomba que acabó con la vida de veintidós personas. La defensa velada que hace del asesino podría hacerse también del adolescente que apuñala a su padre por retirarle el móvil o del joven que mata a un anciano de un puñetazo por una discusión sobre el tráfico. Desde la perspectiva de Corbyn, raro sería encontrar a alguien –exceptuándolo a él– que no merezca ser colgado de los pies.
Honoré de Balzac fue por etapas un escritor tremendamente pobre. Cuando un tío suyo se murió y le dejó todos sus bienes, el autor, en tono irónico, comunicó a sus amistades que su tío había pasado a mejor vida… y él también.
He recordado esta anécdota después de conocer la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE. Pedro Sánchez, aupado por sus militantes, vuelve a dar el braguetazo al tiempo que envía a su partido, incapaz de desembarazarse de él, a mejor vida.
Sánchez-Balzac cuenta con otros quince minutos de gloria. El tema resultaría divertido si no fuera porque es un pésimo resultado para los designios del país. Ya dije en esta columna que los tres candidatos que aspiraban a la secretaría del PSOE eran flojos; pero Sánchez es, con diferencia, el más flojo de los tres.
El déjà vu está servido. Sánchez, al contrario de Balzac, no tiene una mente prodigiosa, es rencoroso y carece de programa y de ideas propias, como ha demostrado durante estos dos años de sectaria y banal oposición a Rajoy al tiempo que ha ido allanando el camino para que su partido pase a mejor vida.
El hombre que el pasado sábado subió al escenario de Eurovisión para enseñar su culo a medio planeta mientras cantaba Jamala, la ganadora de 2016, sigue siendo noticia: resulta que podría enfrentarse a cinco años de cárcel. Y esa es la noticia, al menos en España: que alguien pueda ir a la cárcel por “hacer un calvo”. Es lo peligroso de pasarse de idiota no en España (paraíso sin castigo para tontos) sino en Rusia, donde al parecer existen leyes. También existen las leyes en España, lo sé, pero está por descubrir para qué.
Un día después del festival de Eurovisión, el Niño Sáez, el mayor butronero de Madrid, era acribillado a balazos en un ajuste de cuentas. La pregunta que nos hemos hecho muchos después de leer su extenso currículum (más de cuarenta delitos por participar y dirigir robos durante más quince años) es qué demonios hacía en la calle y no en la cárcel.
Parafraseando una cita de Ángel Olgoso, a veces tengo la sensación de que los políticos no entienden de política más de lo que las aves entienden de ornitología. No hay más que echarle un vistazo a la campaña que están haciendo los candidatos a la secretaría general del PSOE (o de lo que queda él). A Susana Díaz y a Pedro Sánchez no se les ha escuchado ningún argumentario sobre el que debería regirse el nuevo PSOE cuando termine la debacle de las primarias; más bien se han limitado al cruce de acusaciones y a esgrimir la banderola de honestidad y autenticidad de un partido que tiene más de un siglo de Historia y que ellos están a punto de tirar por la borda.
Este es un mundo lleno de errores. Le dan un premio Óscar a una película que no lo ha ganado, ponen en libertad a hombres que acaban asesinando a sus exparejas, se muere de leucemia un joven de veinte años que se bebía la vida a borbotones, eligen de presidente del país más poderoso del mundo a un hombre a quien el colegio médico tacha de loco narcisista. Y, por si fuera poco, los árbitros se equivocan –a decir de san Piqué– a favor del Real Madrid, que ya es mala suerte para alguien, como le ocurre al defensa del Barça, que además de santo no se equivoca nunca. (“Puedo perdonar todos los errores, menos los míos”, dijo Catón).
En su tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia escribió que este género siempre narra dos historias. Su observación se desprende de una nota de cuaderno en el que Chéjov consignó la anécdota de un hombre que gana un millón en un casino de Montecarlo y al llegar a casa se suicida. La paradoja del cuento está en lo imprevisible de su resolución. Lo lógico –si encontramos lógica en el suicidio– es matarse por perder hasta la camisa, no tras hacerse millonario jugando a la ruleta.
Confieso cierta fascinación literaria por esas personas que son puro cuento y que, por tanto, encierran dos historias en su interior, una de ellas ilógica. Emmanuel Carrere relata en El adversario la decadencia de Jean-Claude Roman, una persona real que engañó a todo el mundo (familiares, amigos y compañeros), haciéndoles creer que era un médico de prestigio cuando lo cierto es que nunca había tenido trabajo ni había cursado carrera alguna. Antes que revelar a sus familiares su impostura, antes que confesar que era un ser de ficción, prefirió asesinarlos.
Algunos creen que la muerte de Fidel Castro puede adelantar el fin del castrismo. Tiempo al tiempo. Desde luego, no será a corto plazo. Como el propio comunismo, el castrismo es un arma de largo alcance, una perversa ideología sin ideología que ha estado sustentada durante décadas en el fanatismo, el odio a un enemigo con cola y cuernos al que combatir (Estados Unidos) y un poder militar con el que apagar cualquier conato de legítimo deseo de libertad. Si a esto añadimos un larguísimo listado de tontos útiles afines que no faltan en ningún país del planeta, incluido Estados Unidos, España o la propia Cuba, su continuidad está más que asegurada.
Debemos asumir que nuestros hijos son hoy más susceptibles de tener problemas de personalidad que nunca: autismo, trastorno de déficit de atención o hiperactividad, problemas de sociabilidad, narcisismo precoz… Antes se zanjaba el tema definiendo al niño como “raro”. Este podía pasar el resto de su vida con esa clasificación escrita en la frente, sin más problema que el de sufrirse a sí mismo, pero en el siglo XXI el diagnóstico se depura hasta límites insospechados y hay tratamiento para todo menos para el miedo al diagnóstico. La vida actual es una amniocentosis sin fecha de caducidad.
Hoy los patrones psicológicos y conductuales se aplican con tanta urgencia, que antes de que les crezcan los dientes a nuestros pequeños ya sabemos que nos espera una paternidad complicada.
Si alguien tiene interés en averiguar cómo se cocina una novela desde dentro, a fuego lento, no tiene más que recabar las noticias publicadas sobre la desaparición de Diana Quer, desaparecida hace ya tres meses. Lo que en otras circunstancias no hubiera copado más que una esquina de la prensa local, pronto llamó la atención del país entero gracias, en gran medida, a la difusión que algunos famosos allegados le dieron en las redes sociales.