Jorge Luis Borges tenía
fijación con el fútbol. Dijo que era un pecado, que debería estar censurado,
que era algo estúpido y que los aficionados no tienen personalidad. Y etcétera.
No hay duda: el deporte rey no pasaba ante sus ojos (opacos a la luz y a
ciertas pasiones populares) de ser algo infame para pelotudos.
En el
otro lado nos encontramos al Albert
Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957, quien afirmaba que todo lo que
sabía sobre moral y sobre las obligaciones de los hombres lo había aprendido en
el fútbol. Y añadió (incluso después de la concesión de Nobel) que si volviera
a nacer, preferiría ser futbolista a escritor.
Así que
si los extraterrestres amigos de J.J.
Benítez o Sixto Paz decidieran visitar
de una vez por todas nuestro farragoso planeta, deberíamos poner a prueba su
alta inteligencia explicándoles que el fútbol es un deporte para tontos (según
Borges) o una escuela de vida donde aprenderlo todo acerca del ser humano (según
Camus). ¿A quién creerían?
Estas dos
maneras tan opuestas de apreciar el fútbol son habituales en el círculo
literario. Entre los escritores, la postura borgiana (para mí la más divertida
por cuanto tiene de ridícula) es mayoritaria, o eso creo. Muchos opinan que el
fútbol es el opio del pueblo y que los que acudimos a las canchas de fútbol o
vemos los partidos en la televisión somos poco menos que idólatras tras el
becerro de oro. Pero en ningún momento sube (o baja) tanto el debate como
cuando nos acusan a los futboleros de ignorantes que nunca hemos leído un
libro, como si cultivar una afición intelectual fuera incompatible con
satisfacer otro tipo de inquietudes más sanguíneas.
A estas
alturas, cuando las opiniones están tan polarizadas, ignoro si tiene sentido recordar
que no hay nada malo en compaginar la pasión por la lectura con la pasión por
el fútbol, que será un pecado, sí, pero solo cuando pierde tu equipo.
Francisco Rodríguez Criado
«Los escritores y el fútbol» fue publicado en El Periódico Extremadura, el miércoles, 9 de octubre de 2019.
En las imagen: Jorge Luis Borges (arriba) y Albert Camus, leyendo la prensa